A esa hora en que ciertas soledades despiertan de a una a mis hormonas, abandono la lectura porque mi mente ha comenzado a ocuparse con otras cuestiones. Quizás algo que leí activó los resortes de mi cuerpo y despertó esa sensación, indescriptible pero cierta, que se instala precisamente entre mis piernas. Con más exactitud, en mi vulva y, para ser absolutamente precisa en mi clítoris. Esa sensación que burbujea y, desde allí, se expande hacia todos los rincones del cuerpo. Hablo de esa excitación tranquila, casi romántica, que pone en juego los mecanismos de la fantasía. Me saco el boxer porque me fascina y me erotiza el roce de las sábanas sobre mi cuerpo desnudo, e incluso dormir sin ninguna interrupcion en mi piel. Me pongo boca arriba dispuesta a disfrutar. Las manos, acostumbradas al ejercicio, saben que el juego empieza con caricias suaves. Manos memoriosas, al fin de cuentas, recuerdan dónde deslizarse como plumas y cuándo aumentar la presión. Me recorren, me reconocen, me miman, hacen que me abandone a la voluptuosidad del momento y, en el momento oportuno se me van solas a los pechos para dejar a los pezones erguidos, duritos y expectantes, debo admitir que me encanta de sobremanera mis pezones y sentirlos muy grandes. Unas caricias por el vientre no vienen nada mal. La paciencia rendirá sus frutos, si resisto la tentación y las dejo juguetear un instante en la cara interna de los muslos. El premio es el placentero manoseo de la entrepierna hasta llegar al centro de ese caldero en ebullición que es el clítoris. El centro de mi universo, el núcleo de todo lo que me interesa en este instante Ya henchido de sangre, compacto, espera palpitante que la habilidad de mis dedos lo gratifiquen. Mis fantasías se disparan. Mi pelvis se mueve arriba y abajo con candencia. Junto los muslos y los separo. La intensidad y el ritmo crecen. Cada vez se hace más intenso ese cosquilleo que me arrebata. Presiono levemente la base, froto la parte blanda de mi dedo medio con movimientos circulares y lo estiro un poquito, como provocándolo, y muchas veces qedo al borde del abismo orgásmico, y todo se intensifica mas...Cada semi-llegada se corresponde con la cantidad de letras del nombre de la mujer que en ese momento vulnera todo mi libido. Hábiles, los dedos me recorren la vulva en forma circular mientras presionan para estimular, frotando con delicadeza para humedecer. Estoy lubricada, y mucho. Recojo las piernas y aprieto los muslos para que la presión sea mayor. Me muevo, gimoteo, intensifico los movimientos, me esmero en darle más vigor. Voy más al fondo resbalando en la humedad de esa cueva de sorpresas propias y ajenas. Me detengo, prolongo el placer, el canal parece abrirse para permitir que lo llene. Hurgo en esa jugosa hendidura. Deslizo un dedo. Se me van dos, que se deslizan en ese torrente que me ha inundado la vulva. Me satisface. Es magnífico. Una lo goza de una manera muy especial, porque sabe que se llega al lugar que se está buscando: el orgasmo. Cuando se llega a este punto, se adquiere una vez más la certeza: no hay nadie que pueda darme un placer mas eficiente que yo misma. No me dí cuenta, y estoy boca abajo, la suavidad de las sábanas refrescándome los pechos que se me antojan rebosantes, plenos. Imagino una mano (o unos dedos) recorriendome, incluso en los lugares menos pensados, a esta altura siento que todo mi cuerpo se convirtio en una macro zona erógena, las deseo a ella/s..infinitamente. Recorro con infinita suavidad con mis manos ( y en ocasiones con mi propia lengua) la textura rugosa de esas frutas erguidas, deseables y deseosas, en que se han transformado mis pezones, tan duros y sensitivos como mi clítoris. Una sabe cuándo empieza y en qué momento debe acabar. Ese éxtasis particular resulta incomparable porque está guiado por mi intención, y mi propio ritmo, ése que sólo ella y otras mujeres perspicaces y sensibles acaban por encontrar. Justamente de eso se trata: de acabar. Lo estoy haciendo. Un solo dedo me roza ligeramente la punta del clítoris. Otros dos me abren las labios. Me tenso como un arco, curvo hacia adentro las plantas de los pies, tirantes los músculos como cuerdas, jadeo. El orgasmo me estalla en las manos y el ardor corretea por cada rincón de mi cuerpo. Exploto, muero y resucito en mi gozoso juego de placer. Empiezo a relajarme, satisfecha y me abandono a la ensoñación. Quizás, dormite un instante. Pero antes de dormirme, quiero confesar algo: qué es lo que pienso cuando me entrego a mí misma, cuando me doy placer a manos llenas: fantaseo con una mujer, o con muchas. La mayor parte de las veces, la sensacion que me invade es la de pensar que les puedo hacer el amor a todas ellas juntas y en simultaneo. Pero generalmente la que se lleva los premios en esa evocacion de deseo carnal, es coincidentemente la que me da su ternura..Entonces claro está, yo tengo relaciones muy intensas con ella, y aun cuando estaba en pareja establecida, la masturbación era un condimento a la pareja, e incluso el mencionar que lo habiamos hecho la noche anterior era el puntapié inicial a un encuentro fisico y emocional de esos que te abrazan la piel, de orgasmos que te dejan respirando profundo más de lo que pensas ¿Acaso imaginaban que se trataba de carencia? Nada de eso. Sólo ganas. Ni más ni menos. Sencillamente ganas de satisfacerme espontáneamente en un momento no premeditado ni esperado, cuando una circunstancia fortuita, un párrafo de libro, un recuerdo en mi memoria, de una frase dicha en un momento muy sexual, o la melodia de alguna de sus voces gimiendo, o el roce de las sábanas, pone todos mis instintos al acecho. Es en esas ocasiones, cuando no puedo estar con mi pareja, cuando apelo al antiguo y solitario arte de la masturbación. Después, sosegada y satisfecha, cierro los ojos y me duermo.